26 abril, 2011

LA PRIVATIZACIÓN DEL PLANETA: ¿ UN MUNDO DEMASIADO GRANDE PARA CAER?

diciembre 2010
sinpermiso.info
. número 08

Noam Chomsky · · ·

Extracto del árticulo: ¿ UN MUNDO DEMASIADO GRANDE PARA CAER?

LA PRIVATIZACIÓN DEL PLANETA


















Aunque la doctrina de la Gran Área sigue vigente, la capacidad para ponerla por obra ha disminuido visiblemente. La cima del poder estadounidense se dio luego de la II Guerra Mundial, cuando disponía literalmente de la mitad de la riqueza del mundo. Pero es, como es natural, fue declinando, a medida que otras economías industriales fueron recuperándose de la devastación bélica y la descolonización echó tortuosamente andar. A comienzos de los 70, la participación de los EEUU en la riqueza mundial había disminuido hasta el 25%, y el mundo industrial se había hecho tripolar: Norteamérica, Europa y el Este asiático (entonces con base en Japón).

Hubo también en los 70 un cambio drástico en la economía estadounidense, que derivó hacia la financiarización y la exportación de la producción. Varios factores convergieron para crear un círculo vicioso de radical concentración de la riqueza, primordialmente en la fracción del 1% de la población en la cúspide: básicamente, altos ejecutivos, gestores de fondos e inversión libre y gentes por el estilo. Eso trajo consigo la concentración del poder político, lo que a su vez trajo consigo políticas públicas favorables al incremento de la concentración económica; políticas fiscales, normas de gobernanza empresarial, desregulación, etc., etc. Entretanto, los costes de las campañas electorales se dispararon, empujando a los partidos políticos hacia los bolsillos del capital concentrado, crecientemente financiero: los Republicanos, a conciencia; los Demócratas –que ahora son lo que antes solíamos llamar Republicanos moderados—, a la zaga.

Las elecciones se han convertido en una farsa grotesca manejada por la industria de las relaciones públicas. Tras su victoria de 2008, Obama ganó un premio concedido por esta industria a la mejor campaña de marketing del año. Los ejecutivos del sector estaban eufóricos. Explicaban en la prensa del mundo de los negocios que desde la época de Regan habían venido haciendo publicidad de los candidatos como si de una mercancía cualquiera se tratara, pero que la campaña de 2008 fue su gran logro y que esa campaña cambiaría el estilo publicitario de las direcciones de las grandes empresas. Se espera que las elecciones de 2012 costarán 2 mil millones de dólares, básicamente aportados por la gran empresa privada. No puede, pues, sorprender a nadie que Obama esté eligiendo a dirigentes del mundo de los negocios para ocupar altos cargos. La opinión pública está enojada y frustrada, pero en tanto rijan los principios de Muasher, eso carece de importancia.

Mientras la riqueza y el poder han ido concentrándose en una estrecha franja, los ingresos reales del grueso de la población se han estancado y la gente está cada vez más cargada de horas de trabajo, de deudas y de inflación de activos regularmente destruidos por la crisis financiera que empezó a amagar desde que el aparato regulatorio comenzó a ser desmantelado a partir de los años 80.

Nada de eso resulta problemático para los muy ricos, que se benefician de una póliza pública de seguros llamada "demasiado grande para caer". Los bancos y las empresas de inversión pueden hacer transacciones arriesgadas, con grandes rendimientos, que cuando el sistema inevitablemente se desploma siempre pueden acudir al papá estado para que el contribuyente los rescate, eso sí, bien asiditos a sus ejemplares de los libros de Friedrich Hayek y Milton Friedman.

Tal ha sido el proceso más común desde los años de Reagan, siendo cada nueva crisis más extrema que la anterior (para el grueso de la población, claro está). Ahora mismo, el desempleo real se halla a niveles de la Gran Depresión para buena parte de la población, mientras que Gdman Sachs, uno de los principales arquitectos de la presente crisis, es más rico que nunca. Acaba de anunciar, impertérrito, la cifra de 17,5 mil millones de dólares en concepto de remuneraciones para sus ejecutivos en el pasado año, y el presidente de su consejo de administración, Lloyd Blankfein, sólo en concepto de bonos, recibirá 12,6 millones de dólares, mientras su salario base se triplicará.

No se adelanta nada centrándose en este tipo de hechos. Consiguientemente, la propaganda tiene que buscar otros culpables: estos últimos meses, a los trabajadores del sector público, a sus salariazos, a sus exorbitantes pensiones de jubilación, y así por el estilo. Todo en la mejor tradición del imaginario reaganitas, con mamás negras llevadas en limousinas por sus chóferes a cobrar los cheques en las dependencias públicas de bienestar social, y otros modelos por el estilo que no merece la pena siquiera mencionar. Todos tenemos que apretarnos el cinturón; bueno, casi todos.

Los maestros y profesores constituyen un blanco particularmente adecuado, como parte del deliberado empeño en destruir el sistema público de educación, desde las guarderías de infancia hasta las universidades, por la vía de la privatización: una vez más, una política buena para los ricos, pero desastrosa para la población, así como para la salud a largo plazo de la economía. Pero eso es otra de las externalidades que hay que dejar de lado, mientras prevalezcan los principios del mercado.

Otro blanco estupendo: los inmigrantes. Eso ha sido así a lo largo de la historia de los EEUU, más aún en tiempos de crisis económica, pero ahora exacerbado por un sentido de que nuestro país nos está siendo arrebatado: la población blanca pronto será una minoría. Se puede entender el miedo de individuos que se sienten agraviados, pero la crueldad de las políticas migratorias resulta estupefaciente.

¿Qué inmigrantes se convierten en blanco de esos ataques? En el este de Massachusetts, que es donde yo vivo, muchos son mayas que lograron escapar al genocidio perpetrado en los altos guatemaltecos por los asesinos preferidos de Reagan. Otros son mexicanos, víctimas del acuerdo NAFTA de libre comercio propiciado por Clinton, uno de esos raros acuerdos entre gobiernos que consiguen perjudicar a los pueblos de todos los países participantes (tres, en este caso: EEUU, México y Canadá). Cuando el NAFTA fue aprobado en el Congreso contra las objeciones populares en 1994 fue cuando Clinton inició también la militarización de la fontera entre México y los EEUU, antes razonablemente abierta. Sabiendo que los campesinos mexicanos no podrían competir con el agronegocio públicamente subsidiado en los EEUU y que las empresas mexicanas no sobrevivirían a la competencia de las trasnacionales estadounidenses. Transnacionales a las que debe considerarse como "nacionales", conforme al falso remoquete de los acuerdos de libre comercio: un privilegio, dicho sea de paso, sólo acordado a las personas jurídicas que son las empresas, no a las personas de carne y hueso. Como cabía esperar, esas medidas trajeron consigo una correntada de refugiados caídos en la desesperación, y a la consiguiente histeria anti-inmigratoria entre las víctimas internas de esas mismas políticas del estado y de las grandes empresas privadas.

Algo muy parecido está ocurriendo en Europa, en donde el racismo es probablemente más virulento que en los EEUU. Uno no puede menos de observar con estupor cuando Italia se queja del flujo de inmigrantes procedentes de Libia, aquel escenario del primer genocidio posterior a la I Guerra Mundial –acontecido en el ahora liberado este del país— a manos del gobierno fascista de Italia. O cuando Francia, todavía hoy la principal protectora de las brutales dictaduras que gobiernan sus antiguas colonias, se las arregla para pasar por alto las odiosas atrocidades sometidas por ella en África, mientras el presidente francés Nicolas Sarkozy alerta, sombrío, sobre la "ola de inmigrantes" y Marine Le Pen le objeta que no hace nada por prevenirla. No necesitaré mencionar a Bélgica, que se llevaría la palma en lo que Adam Smith llamó "la salvaje injusticia de los europeos".

El ascenso de los partidos neofascistas en buena parte de Europa resultaría ya un fenómeno suficientemente aterrador, aun sin necesidad de recordar lo que ocurrió en el continente en un pasado reciente. Imaginad la reacción, si los judíos fueran expulsados de Francia, condenados a la miseria y la opresión, y comparad con la falta de reacción cuando eso mismo ocurre con los gitanos, la población más brutalizada de Europa, asimismo víctima del Holocausto .

En Hungría, el partido neofascista Jobbik logró un 17% de los votos en las elecciones nacionales, algo que acaso no resulte tan sorprendente, si se recuerda que tres cuartas partes de la población cree estar peor ahora que bajo la dominación comunista. Podríamos sntirse tal vez aliviados por el hecho de que en Austria el ultraderechista Jörg Haider lograra sólo el 10% del sufragio en 2008, si no fuera porque el nuevo Partido de la Libertad, que está todavía más a su derecha, logró rebasar el 17%. Resulta escalofriante recordar que en 1928 los nazis consiguierion menos del 3% del sufragio en Alemania.

En Inglaterra, el Partido Nacional Británico y la Liga de Defensa Inglesa, en la derecha ultrarracista, son fuerza importantes. (Lo que está pasando en Holanda lo sabréis mejor vosotros que yo.) En Alemania, [ex socialdemócrata] Thilo Sarrazin se lamenta de que los inmigrantes estén destruyendo el país y consigue un superventas con su lamento, mientras que la Cancillera Angela Merkel, aun condenando el libro, declara que el multicultutralismo ha "fracasado estrepitosamente": los turcos importados para hacer los trabajos sucios en Alemania han fracasado en punto a volverse rubios de ojos azules, auténticos arios.

Quienes conserven un sentido para la ironía recordarán que benjamin Franklin, una las principales figuras de la Ilustración, alertó de que las recientemente emancipadas colonias norteamericanas deberían andarse con cuidado a la hora admitir la inmigración de alemanes, porque eran demasiado morenos; y lo mismo los suecos. Hasta bien entrado el siglo XX, los mitos ridículos sobre la pureza anglosajona eran comunes en los EEUU, incluso entre presidentes y otras figuras de viso. El racismo en la cultura literaria ha sido una obscenidad insalubre; pero peor ha sido en la práctica, huelga decirlo. Esmucho más fácil erradicar la poliomielitis que esta horrible plaga que una y otra vez reaparece, y con mayor virulencia, en tiempos de malestar económico.

No quiero terminar sin mencionar otra externalidad que se pasa por alto en los sistemas de mercado: el destino de la especie. Al riesgo sistémico en el sistema financiero puede ponerle remedio el sufrido contribuyente, pero nadie vendrá a rescatar el medio ambiente que está siendo devastado. Que deba se devastado, es poco menos que un imperativo institucional. Los dirigentes empresariales que están desarrollando campañas publicitarias para convencer a la población de que el calentamiento global antropogénico es un bulo izquierdista entienden perfectamente la gravedad de la amenaza, pero tienen que maximizar sus beneficios y sus cuotas de mercado a corto plazo. Si no lo hacen ellos, lo harán otros.

Ese círculo vicioso podría terminar siendo letal. Para percatarse de lo perentorio del peligro, basta con echar un vistazo al nuevo Congreso de los EEUU, entronizado por la financiación y la publicidad empresariales. Casi todos son negacionistas climáticos. Ya han empezado a cortar fondos destinados a medidas capaces de mitigar la catástrofe medioambiental. Y lo que es peor: alguno de ellos se lo creen de verdad; por ejemplo, el nuevo jefe del subcomité de medioambiente, que va por ahí explicando que el calentamiento global no puede ser un problema porque Dios prometió a Noé que no habría otro diluvio universal.

Si tales cosas estuvieran pasando en algún paisito remoto, hasta podríamos sonreírnos. Pero están pasando en el país más rico y poderoso del mundo. Y antes de que nos entre la risa boba, tenemos que recordar que la presente crisis económica se remonta en no pequeña medida a la fe fanática en dogmas como el de la hipótesis de la eficiencia de los mercados, y en general, en lo que el premio Nóbel Joseph Stiglitz llamó hace ya 15 años la "religión" de la omnisciencia de los mercados: una religión que impidió que los bancos centrales y los economistas profesionales se percataran de la existencia de una enorme burbuja inmobiliaria sin la menor base en los fundamentos de la vida económica y que, al estallar, resultó devastadora para el conjunto de la economía.

Todo eso, y mucho más, puede seguir su curso mientras rija la doctrina Muashar. Mientras el grueso de la población se mantenga pasiva, apática, entregada al consumismo o al odio contra los vulnerables, los poderosos del mundo podrán seguir haciendo lo que les plazca, y a los que sobrevivan a eso no les quedará sino contemplar el catastrófico resultado.

Noam Chomsky es profesor emérito del Departamento de Lingüística y Filosofía del MIT. Universalmente reconocido como renovador de la lingüística contemporánea, es el autor vivo más citado, el intelectual público más destacado de nuestro tiempo y una figura política emblemática de la resistencia antiimperialista mundial. El texto aquí traducido procede de una conferencia dictada en Amsterdam el pasado mes de marzo.

Traducción para www.sinpermiso.info: Amaranta Süss